Los Aztecas
Los Aztecas, entre todas las civilizaciones que se establecieron en América Central en el momento de la conquista española, la Azteca fue sin duda la más boyante y desarrollada.
Nativos de Aztlán, región mítica en el norte de México, los Aztecas se llamaban ellos mismos Méxica o Tenochca; el uso del termino azteca, que en la lengua nativa nahauati significa él que viene desde Aztlán, se usó para llamar esta población solamente después de la colonización española.
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El termino Mexica tiene todavía orígenes muy imprecisas y distintas son las hipótesis sobre la procedencia de esta palabra: desde meti, nombre indígena que identifica el maguey, el ágave americano típico de esta región y que define esta población como “gente del maguey”, hasta metztli, que significa luna, indicándoles como “gente de la luna”, y también Mexi, divinidad protectora a la cual esta población se encomendaba.
Algunos eruditas asocian la palabra Mexi al Sol, dando origen a un significado opuesto y discordante a los ya aceptados antes: conociendo el culto al Sol propio de estas civilizaciones se cree pueda tener un fundamento fiable.
La leyenda cuenta que los Mexica partieron desde Aztlán juntos con otras siete tribus de lengua nahauati para buscar unos lugares más acogedores y habitables que el árido norte, y esto después de una premonición que tuvo un importante adivino llamado Tenoch, que, en sueño, vio que su pueblo encontraría su lugar en el mundo el día en que viera un águila volar en el cielo y posarse sobre un cactus llevando una serpiente en su pico: solo en este caso se pararían y su búsqueda se terminaría. Y así hicieron y cuando los Mexica se encontraron cerca del lago Texcoco, vieron con sus ojos la predicción y se establecieron en las orillas de aquel lago y fundaron su capital, Tenochtitlan.
Más tarde, dieron origen a su poder gracias a la creación de un fuerte ejercito, y sometieron a las tribus cercanas que antes que ellos se habían establecido en las orillas del lago, llegando a formar el más grande e imponente imperio nunca existido hasta entonces en América Central, y que alcanzó su máximo esplendor bajo el mando de Montezuma II, décimo de los doce reyes que gobernaron la ciudad.
El lago cuyas orillas vio surgir Tenochtitlan ya no existe, desde hace tiempo se ha secado, y la antigua ciudad ha dejado sitio para otra, igual de famosa: Ciudad de México; solo el águila con la serpiente en el pico recuerda a la antigua profecía, y siempre está presente estampada en la bandera nacional.
La ciudad de Tenochtitlan tenía la base sobre un esquema perfectamente simétrico: dividida en cuatro sectores, cada uno lo administraba un jefe religioso, uno civil y uno militar. La cruzaban muchos canales que se utilizaban para el transporte de personas y mercancías; las casas se construyan usando ladrillos de arcilla para diferenciarlos de los edificios públicos, que, fueran pirámides, templos u palacios, se realizaban en piedra, material más duradero: por ese motivo, muchos monumentos han llegado como testimonio hasta nuestros días, muestra de una sociedad opulenta, rica de palacios de grandes dimensiones, destinados a fines distintos.
Muchos templos eran destinados a divinidades especificas y en su interior se podían desarrollar actividades y ceremonias religiosas como también practicar sacrificios humanos.
Si en su forma estos edificios nos recuerdan a las pirámides egipcias, en realidad son muy distintos en su significados. Lo primero, su orientación: mientras que las pirámides egipcias se alineaban de norte a sur, las aztecas siguen la dirección de los solsticios y equinoccios; después las egipcias son tumbas, y las aztecas son verdaderos templos y por eso su arquitectura prevé también unos peldaños que durante las ceremonias debían de ser subidos para poder alcanzar la cima, siempre lisa y llana sobre la cual se podían celebrar ritos y ceremonias dedicadas a los dioses.
El Imperio Azteca tuvo un fuerte empujón y gran desarrollo en la época de Tlacaelel, nieto de Montezuma, rey de su pueblo; derrocada su posible subida al trono, se dedicó al culto de Huitzilopochtli, dios de la guerra y del sol, y a su madre, Coatlicue, diosa serpiente del fuego y de la fertilidad, llegando a ser el más fiel y asiduo discípulo y seguidor.
Aunque lejos del trono, Tlacaelel tuvo el cargo de consejero y en este papel actuó y dio origen a distintas reformas que llevaron a un mayor desarrollo y progreso para su cultura y civilización. Canceló todas los antiguos testimonios escritos, transformando así la propia historia de los Aztecas y eliminando cualquier conexión con el pasado, negando a los pueblos sometidos el recuerdo de sus orígenes anteriores a la formación de Tenochtitlan; reformó la religión e instituyó la guerra ritual, o guerra de las flores, costumbre recurrente que consistía en luchas con los pueblos de los alrededores para así tener un ejercito siempre activo y preparado y también para procurarse prisioneros para los sacrificios a los dioses.
El Imperio estaba organizado en base a una estricta jerarquía de clases: el elemento más importante para el gobierno era el emperador, titulo no hereditario sino obtenido por elección, llamado en la lengua nativa nahauati huey tlatoque y también tlatoni. En realidad, la transformación de estas dos palabras significa gran orador y orador, para indicar la capacidad dialéctica que tenía que tener el elegido, pero sobretodo para señalar su capacidad de comunicarse con las divinidades y ser su portavoz.
Al lado del emperador estaban los sacerdotes, teopixque, que eran los consejeros y que, portadores de la voluntad divina, obraban en su lugar para el rey, llevándolo al camino correcto a seguir para no turbar las divinidades.
La clase social más elevada era la de los nobles, dividida en dos categorías, los tetecuhtiny los pipiltin: esta aristocracia se ocupaba de la administración del país, desde los asuntos públicos hasta todo lo que se relacionara con los pueblos limítrofes. Después venían los soldados y los guerreros, yaoteca, por su importancia en defender el territorio y su conocimiento en el arte de la guerra; después los pochtecas, categoría compuesta por los comerciantes, que gozaban de una posición privilegiada gracias a sus relaciones de intercambio: su consideración siempre aumentaba porque el desarrollo de la ciudad era muy grande gracias a su trabajo. Además, ya que se movían siempre fuera y dentro del imperio con gran libertad, a menudo tomaban el rol de espías. Otro nivel de la estructura social del imperio estaba ocupada por los macehualtin, la gente común: de extracción campesina, incluya también soldados en el final de su servicio al estado, artesanos y mercantes más humildes y pobres. En la base de esta pirámide se encontraban los esclavos, tlacotin; el concepto de esclavo era de todas formas distinto a lo que podemos pensar ahora: la condición era personal, los hijos nacían libres, de hecho se volvía uno siervo al cometer hurtos o delitos, o también por deudas u como prisioneros de guerra. Ellos tenían la posibilidad de comprar su libertad pagando un precio con dinero u sirviendo mejor a su dueño y señor: en este caso, a la muerte del señor, sería reconocido su servicio y por lo tanto liberados de su estatus.
Esta estricta división social sirvió al imperio para mandar y gestionar sobre el pueblo de forma apropiada, haciendo que este ultimo respondiera en cualquier ocasión de manera apropiada.
Bajo esta óptica se puede hablar de la practica de los sacrificios humanos, sanguinaria tradición que llevaba a ofrecer e inmolar victimas para dar a los dioses un obsequio agradable, sobretodo al Sol; el mito de los orígenes cuenta que al cumplirse cada ciclo vital del mundo, llamado Sol, nacía uno nuevo, pero al llegar el quinto, los dioses se sacrificaron para el hombre arrojándose al fuego: por eso los hombres deberían de hacer lo mismo para agradecer y apaciguar a los dioses.
Los hombres debían seguir el ejemplo para mantener con vida el Sol que con su calor, su luz y su perenne movimiento permite la vida.
Este tipo de ofrenda era por lo tanto fundamental para la supervivencia de la civilización azteca y esa costumbre tomaba valor religioso cuando el asesinato ceremonial, al cual todos eran participes, unía y reforzaba los lazos entre el pueblo, el soberano y los dioses haciendo que cada elemento se sintiera identificado y representado.
Todas las cuatro eras anteriores son representadas en la Piedra del Sol, el famoso calendario azteca encontrado en Ciudad de México.
La religión, como se puede ver, tuvo un gran importancia en la cultura de estos pueblos: los Aztecas fueron un pueblo muy devoto que, empezando por un culto simple y cósmico, llegaron a admitir en su credo divinidades pertenecientes a otras estirpes con las cuales llegaban a contactar, a menudo sometiéndolas. Cuanto más grande y desarrollado se hacía el imperio, más aumentaba el panteón de las divinidades, y entraron a formar parte de las mismas cultos y dioses de tribus muy lejanas.
La divinidad más celebrada era Quetzalcoatl, la serpiente con plumas de las más antiguas culturas de América central; su nombre traducido es pájaro o serpiente con plumas de Quetzal, como un ser con características divinas y preciadas. Para los Aztecas representaba el dios del viento, encarnando también el agua y la fertilidad y por extensión todo lo que está relacionado con estas dos realidades, desde la lluvia sobre los arboles, a la naturaleza que se transforma con el pasar de los días; era el padre de la civilización y para algunos eruditos, parece ser era el único dios contrario a los sacrificios humanos.
Según una leyenda, Quetzalcoatl fue obligado al exilio por el propio gemelo y opuesto Tezcatlipoca, dios de la noche y de las tentaciones, de la belleza y de la guerra; alejado de su país, el primero prometió volver con un barco para retomar el sitio que le correspondía y guiar de nuevo a su pueblo. Quetzalcoatl se representaba con barba muy larga que le cubría el rostro: por este motivo Montezuma, viendo a Cortes tomando tierra y achacándole calidades divinas, teniendo una considerable barba, no le atacó en seguida, dejando a los españoles tomar tierra sin dificultad.
Divinidad protectora de la ciudad de Tenochtitlan era Huitzilopochtli, se traduce como colibrí del sur, dios de la guerra: en todas sus representaciones es un colibrí o con parecidos humanos y con la cabeza y la pierna izquierda adornadas con plumas de colibrí, la cara pintada de negro, con un espejo y una serpiente en las dos manos.
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