Las Joyas Precolombinas de Sudamérica

Las joyas Precolombinas de Sudamérica, en 1492 Cristóbal Colón desembarcó en América dando a conocer a toda Europa poblaciones y culturas desconocidas, pero, al mismo tiempo, la codicia y anhelo de las cortes del Viejo Continente provocó, en pocos decenios, el colapso de esas mismas civilizaciones. La joyería y orfebrería no se libraron de la misma suerte, y en poco más de un siglo se fundieron más de 30 toneladas de objetos de oro, saqueados en los templos, de las ciudades u entregados inútilmente por los indígenas a los españoles como símbolo de paz. Por desgracia por estos motivos gran parte de la historia de las poblaciones precolombinas queda como un misterio que para ser resuelto necesita de los nuevos descubrimientos arqueológicos y de la consulta de los documentos y apuntes de la época.
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Un reportero contemporáneo escribió: “las mujeres llevan pendientes, collares, tobilleras y pulseras. Los hombres llevan los mismos ornamentos y ademas se agujerean la nariz para poder llevar gemas y joyas de metal; se hacen agujeros justo debajo del labio inferior para llevar ornamentos para el mentón, en cristal (de roca), conchas, ámbar, turquesa, o en oro; y también llevan grandes y esplendidos conjuntos de plumas en la cabeza y en la espalda (…) cada cosa está estrictamente regulada según un orden jerárquico: solo el emperador puede llevar la turquesa en la nariz y los agujeros se realizan en una celebración solemne en el momento de su asentamiento”.
Las poblaciones Precolombinas estaban divididas en tribu repartidas en toda el área central y meridional de América y cada tribu producía manifacturas en oro y joyas muy distintas en tipo y calidad.
En Mejico se desarrolló la población de los Mixtecas, conquistada después por los Aztecas que al final fueron a su vez conquistados por los españoles de Hernán Cortés en 1521; para los Aztecas el oro era teocuitati o sea “el amarillo estiércol de los Dioses”.
En el área Maya la presencia de oro solo se encuentra a partir del siglo X en Chichén Itza, en la península de Yucatan, pero en estudios recientes parece ser que las manifacturas encontradas en el Cenotes de Sacrificio (pozo sagrado) vinieran la mayoría de Mejico.
En los Andes, área que incluye Perú, Bolivia, Ecuador, Chile y Colombia, las poblaciones que destacan por su producción joyera son los Mochicas, documentados por los esplendidos descubrimientos de Chavin en Perú, los Nazcas, repartidos en el desierto en el sur de Perú, los Chimues, de los cuales se encontraron joyas esplendidas en Lambayeque, y los Quimbaya, considerados los mejores joyeros de América del Sur, y que se extinguieron en el primer periodo colonial dejando una importante tradición joyera a las generaciones posteriores. Todas estas poblaciones fueron conquistadas por los Incas, en el siglo XIII, que a su vez fueron sometidos por los españoles de Francisco Pizarro en la primera mitad del siglo XVI.
Tal como para los nativos de América del Norte, en las culturas Precolombinas las plumas tenían una importancia muy destacada; las más usadas eran aquellas de pájaro quetzal (Pharomachrus mocinno, hoy día especie en peligro), que se usaban para ornamentos durante las ceremonias, tenían que transformar al cuerpo humano en una especie de hombre-pájaro mítico y venerado. Un esplendido ejemplo es la corona que se supone donó Montezuma, rey de los Aztecas, a Cortés y que hoy día se conserva en Viena en el Museo de las Tradiciones Populares.
Juntos con las plumas también se usaban brillantes alas de mariposas; además de estos delicados materiales, los más frecuentes eran las turquesas, las conchas y los nácares (Spondiylus pictorum) y, sobretodo en los Mochicas, la esmeralda, el lapislázuli, la ametista y el cristal de roca.
Las piedras semipreciosas y las conchas a menudo se tallaban y se utilizaban en taracea para componer figuras simbólicas y mitológicas en el interior de las joyas de más calidad montadas en oro, plata y cobre.
A pesar de las leyendas ligadas a El Dorado, en la joyería precolombina es muy raro encontrar objetos en oro puro; de hecho habitualmente se utilizaba una aleación de cobre, plata y oro en baja cantidad llamada tumbaga. El color rosado dado por el cobre a la aleación se solía camuflar con un procedimiento llamado mise-en-coleur que trataba la superficie del objeto con ácido oxálico y después lo calentaba de manera que destruya las partículas de cobre en la superficie.
Este truco lo descubrieron los europeos solamente en un segundo tiempo y la ciudad de Cuzco fue descrita por un visitante coetáneo: “ Los muros estaban recubiertos con laminas de oro, y en las piedras usadas para la construcción se habían dejado nichos para colocar cualquier tipo de decoración, todas en oro y plata. La reproducción de la naturaleza era tan completa que no se descuidaban las hojas y las pequeñas plantas que crecían en el muro. Por aquí y por allá esparcían lagartos de oro y de plata, mariposas, ratones y serpientes tan bien hecho y bien colocados que daba la impresión de verlos por todas partes”.
Un culto muy sentido era aquel de al Sol, y a él están dedicados templos, siempre descritos con paredes de oro, y rituales de los cuales queda testimonio en los apuntes coetáneos y en algunas esplendidas joyas decoradas con este simbolismo. En oro también estaban hechos los tumi o sea cuchillos para sacrificio en medialuna a menudo de gran calidad y fuerza expresiva.
Entre los objetos ceremoniales más curiosos encontramos dos tarros hechos para contener polvo de cal y hojas de coca, que se unían uno a otros para potenciar el efecto alucinógeno en los rituales sagrados.
Además del símbolo del Sol, en la orfebrería precolombina a menudo se encuentran también figuras humanas estilizadas, como en el caso del simbolismo “hombre-clave” o en el más cercano a la naturaleza como las esplendidas estatuas realizadas por los Quimbaya en oro que representan cacique-gobernadores; animales estilizados como la serpiente, el felino, el cocodrilo, el pájaro, el pez, etc. y figuras zoomorfas mitad hombre mitad animal como la figura de Naym-lap el mítico primer gobernador de la civilización Lambaye llamado también “hombre-pájaro”. Los collares tenían huecos con piedras semipreciosas alisadas o en oro en formas cónicas y alargadas u en esferas huecas.
Los ornamentos para la nariz eran en general grandes y en formas de medialuna mientras los pendientes, a menudo imponentes, son de formas circular aplastada como las plaquetas en lamina de oro que se cosían en los tejidos.
Era creencia de las poblaciones precolombinas atribuir a la perforación cutánea un fortalecimiento de los sentidos en el órgano agujereado: los agujeros en las orejas para oír mejor, el agujero en la nariz y en el labio inferior para aumentar y subrayar la importancia de la palabra y, en el caso de grandes colgantes en la nariz, para esconder la boca y evitar la entrada a los espíritus malignos.
De conmovedora belleza son las mascaras fúnebres del área Chimú, que se colocaban en la cara del rey o del sacerdote muerto para protegerlo y volverlo inmortal; estaban realizadas en láminas de oro, a menudo coloreadas con ocre rojo, con grandes ojos hieráticos de los cuales salen muchas pequeñas gotas de esmeralda que, como una catarata, imitan a las lagrimas.

Doctora Bianca Cappello – Historico de la Joya
biancacappello@libero.it

FUENTES
France Borel, Ethnos – gioielli da terre lontane, Milano 1994
Anderson Black, trad. Francesco Sborgi, La storia dei Gioielli, Novara 1973
Luisa Faldini, Ori precolombiani, Novara 1981
France Borel, Ethnos – gioielli da terre lontane, Milano 1994
Archeo, anno XV, numero 11(177), novembre 1999, Rizzoli
Museo de Oro in Bogota’
Museo de Oro in Lima

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